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Demonios en remojo

Tus demonios son como lavar la loza sucia.

Todos los días, tres veces al día, tendrás que enfrentarlos porque tú los pusiste ahí. Aunque el platillo que quieras cocinar sea pequeño y sencillo como un huevo frito, el rezago de la estufa engrasada, la sartén, los cubiertos y el vaso sucio siempre se sentirá como más. ¡Pero de dónde salió tanta loza!

Sucede lo mismo con los demonios internos. Sin importar nuestros logros o nuestros buenos actos, nos atormentarán siempre los rezagos de discusiones inconclusas, sueños inalcanzados y el horrible sentimiento de ser un inútil fracasado, y esos siempre se sienten más.

Por eso, como nuestros platos, debemos lavar nuestros demonios. No es fácil. Es una tarea tediosa, a veces larga y hay ocasiones en que se te puede partir un plato o un vaso que se sentirá como romperte a ti mismo —así rompí mi taza favorita una vez—, pero está bien. La vida sigue. Los seres humanos cometemos errores. Hay destrozos que no se pueden arreglar, como hay otros que sí.

Siempre hay un final a los platos sucios. Después de lavar los míos cada día por 8 años seguidos, sé que la labor pesa menos cada vez y que la mugre quita más fácil si la dejas remojando.

Ya es cuenta de cada quién decidir si dejar la loza acumulada o los platos limpios, y créanme que no hay mejor sensación que iniciar un nuevo capítulo con los platos limpios.


Tal vez por eso lavar la loza es tan terapéutico y a mis demonios los dejo en remojo.


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