Niño sin nombre
- J. C. Gitterle
- 5 ene 2022
- 14 Min. de lectura
Actualizado: 7 ene 2022
ilustración por Michelle Pantin
Día 1
Después de casi 3 días de viaje en avión, llegué al lejano y olvidado país de Rombudia. Mi amigo, Alexander Hussermann, me llamó a mitad de la noche para pedirme ayuda. Necesitaba con urgencia que yo viajara al África para psicoanalizar a un sujeto. No comprendí en ese momento la gravedad de la petición de Alexander, aunque acepté porque ofreció pagarme los tiquetes y el triple de lo que gano en una semana en el consultorio, solo tenía que llegar a Rombudia lo más pronto posible. Unos días después, y aquí estoy.
El aeropuerto de Zukala, la capital, era pequeño y destartalado como el avión en el que llegué. A mitad de la vacía terminal encontré al conductor. Sin decir palabra, cogió mis maletas y me llevó a una camioneta igual de blanca a su atuendo. Traté de conversar con él, para que me contara cosas del país y la ciudad, pero no habló en todo el trayecto.
Atravesamos la ciudad conmigo pegado a la ventana, impresionado por las costumbres extrañas de otra cultura y por el tipo distinto de pobreza y hambruna al de mi país. Zukala es una mezcla extraña de edificios bajos y casas de latón. Vi gente, creo que lo que mis amigos llamarían “los típicos negros africanos”, que siempre volteaban a ver a la camioneta con odio o con desprecio.
Lo que más me impactó fue cuando manejamos por el centro. Primero pensé que eran lámparas callejeras, a las que ningún pájaro se acercaba y que no estaban encendidas. Cuando las vi más de cerca, comprendí que eran otra cosa: Eran estacas con cabezas empaladas de elefantes, cada una mirando a una posición distinta, con las trompas cercenadas por la mitad en varias tiras de carne, sin colmillos, las cuencas de los ojos vacías y las orejas reemplazadas por las patas hacia arriba de un aguilucho. Era asqueroso, incluso el olor potente de la carne al sol logró entrar por las ventanas del auto; al conductor no pareció importarle; a mí me hizo esconder la nariz detrás de mi camisa. Le pregunté qué eran esas cosas, pero siguió ignorándome.
La camioneta salió de la ciudad y por fin conocí la sabana africana. El paisaje fue tranquilo y acogedor, así que me acomodé en mi asiento hasta que me quedé dormido por el cansancio del viaje.
Cuando desperté ya no estábamos en Zukala, sino entrando a una planicie en alguna parte del país donde estaba el complejo científico de Alex. Atravesamos la entrada y llegamos hasta un edificio enorme. Ravi, un doctor indio me recibió y me mostró el lugar, pero este sujeto no me agrada, tiene una lengua muy venenosa y se nota que es una persona interesada.
Ahora que escribo esto, puedo confirmar que el lugar es gigante. Hay laboratorios llenos de instrumentos de alta tecnología, algunos científicos analizando la fauna y flora nativa —Ravi no me ha querido decir para qué—. Curiosamente, nadie aquí es nativo de Rombudia, excepto los guardias.
Ravi me llevó hasta una puerta de máxima seguridad que ningún guardia se atreve a vigilar; tiene un cartel que advierte de nunca dejar la puerta abierta. Me explicó que adentro estaba mi paciente. Es extraño que sea una puerta tan grande para un solo individuo, incluso Ravi se rehusó a decirme quién era.
Me llevó a la oficina de Alexander quien revisaba documentos gordos con el sello de la compañía. Él se levantó de su escritorio, me saludó con un fuerte apretón y un abrazo. No lo veía desde que me daba clases en la universidad, qué bueno es verlo de nuevo.
Me preguntó por mi viaje y le respondí que todo había salido bien, aunque que en la capital clavaban estacas con cabezas de elefantes. Alexander me sonrió burlonamente y me hizo tomar asiento. “La gente de Rombudia es demasiado supersticiosa” me dijo. “No son cristianos. Las cabezas son una ofrenda a su dios, y las cercenan a su imagen. Supersticiones, no tiene de qué preocuparse”.
Luego le pregunté por la puerta y el paciente. Él borró la sonrisa de su rostro y ordenó a Ravi que nos dejara solos. Me explicó que debía estudiar a un niño de 7 años que encontraron a mitad de la sabana, junto a los cadáveres de sus padres. No tenía comida ni agua; había estado sentado dos días viendo los cuerpos descomponerse. “Creemos que los habían exiliado y nadie los aceptaba en su aldea, porque el niño estaba endemoniado y no lo querían cerca”. Quedé con un mal sabor de boca, no podía creer el sufrimiento que podía pasar un niño por una superstición.
Finalmente, me hizo firmar mi contrato de trabajo y nos dimos la mano. Me hizo prometer mantener silencio sobre los procesos aquí adentro. Le pregunté por mi diario, y me dijo que no había problema, siempre y cuando se lo dejara usar para documentar mis procesos.
Lo último que me dijo fue que debía ser cuidadoso. Aparentemente, el niño tiene habilidades extrañas y en ningún momento debo tocarlo. Le prometí que no lo haría y me deseó un buen inicio mañana.
Van a ser las 10:00pm y sigo cansado. Me iré a acostar, fue un día largo.
Día 2
Hoy ha sucedido algo extraño en mi primera sesión con el niño.
Cuando crucé la puerta blindada, llegué a un pasillo corto que terminaba en una entrada sencilla. Junto a la puerta colgaba un traje de protección; titubee un momento en ponérmelo ya que no quería asustar al niño, vistiendo como un hombre espacial. Así que lo dejé, me puse unos guantes en su lugar y pasé a la habitación.
Adentro estaba él, en un cuarto blanco y vacío, sentado sobre una almohada y una sábana azul. Justo como Alexander había dicho, tenía unos 7 años y los rasgos de un niño negro con una bata blanca y sucia.
Lo saludé, le dije mi nombre y que estaría trabajando con él. Le agarré la mano y le pregunté el suyo, aunque no me respondió de inmediato; bajó la mirada, no tenía nombre. Pedí saber quiénes eran sus padres; su padre era un cazador que ahora está muerto, se había casado con Johari y peleaban mucho, porque nadie los quería en la aldea. Quise saber si Johari era su madre; no, Johari vivió con su padre y con él, no era su madre. Cuando le pregunté por su verdadera madre, lo que me dijo me pareció curioso y creo que debería ahondar más. Esto fue lo que dijo:
“Mi mamá me habla a veces y yo le hablo. Me hizo prometer que no le diría a Johari que no era su hijo. Mamá me escondió en el vientre de Johari, hasta que Johari me sacó. Creo que no le importó, me cuidó muy bien, pero se molestaba y me pegaba cuando le decía que quería volver a meterme”.
Me quedé mirándole las manos, no le temblaban; no demostraba signos de trauma. ¿Quién es este niño? ¿Y qué es este juego de volver al vientre?
Decidí atreverme y preguntarle si era cierto que se quedó solo por dos días, viendo los cuerpos de sus padres. Él inclinó la cabeza hacia un lado, justo como lo hacen los animales curiosos.
“No creas todo lo que ellos dicen. Johari y papá no estaban muertos, eso me lo dijo mi mamá. No podían hablar, porque sus cuerpos ya no funcionaban, pero sabían tooodo lo que les pasaba. Se asustaron mucho cuando los gusanos se comieron su carne. Yo solo observaba, estaba muy curioso, quería saber en qué momento se moría alguien de verdad”.
Para un infante, este mocoso hablaba con mucha crudeza sin saber realmente lo que significaba todo lo que decía. Pensé que sufría de un estado de negación increíble de una mente trastornada. Conversaba con la tranquilidad con la que otro niño habla de sus juguetes o sus travesuras. Creí que tenía un trauma muy grave.
Subió la mirada y me preguntó si tenía miedo. Le pregunté por qué debería tener miedo y el mocoso se disculpó. Me dijo que no me asustara, que la gente moría todo el tiempo… aún más con cáncer.
Nadie sabía de mi enfermedad, ni siquiera mi esposa. Lo miré a la cara y le pregunté cómo sabía eso. “Es algo que te preocupa mucho, y si vamos a ser amigos, no quiero que estés triste” no movía los labios, y aún lo escuchaba. Me congelé incrédulo ¿Cómo demonios hacía eso? El mocoso solo me veía con media sonrisa en el rostro sin mover un solo músculo. “Por favor, Miguel…” recuerdo que lo escuché decir desde mis entrañas “ayúdame a salir”.
Me devolví por la puerta, escapando de ese niño. Apenas salí y cerré la puerta blindada detrás de mí, dejé de escucharlo.
Tengo miedo de volver… Ese niño no es humano.
Día 3
Me levanté hace unas horas y tuve una pesadilla, creo que la sesión con el niño me dejó consternado. Soñé que estaba en una camilla de hospital, calvo y conectado a una máquina. Lucía me tomaba de la mano y me quitaba nuestro anillo de matrimonio. Las luces se hacían más brillantes mientras yo lloraba como un infante, pues sentía que me iba a morir. Me aferré a mi esposa pidiéndole que me ayudara, pero de mí solo salía una palabra que, incluso ahora, desconozco qué significa: Nombuaka. Cada vez que la decía perdía fuerzas, hasta el punto de quedarme sin ellas.
Me desperté de golpe y corrí al baño a vomitar sangre.
El cáncer me está matando.
…
Cuando me preparaba para salir a la siguiente sesión con este niño, Alexander entró a mi habitación. Hablamos por un rato; le pregunté si él sabía de mi enfermedad, y no, no sabía. Nadie sabe. Le conté sobre mi cáncer y me dio sus condolencias. Después, me informó a lo que venía: hoy no habría sesión con el paciente, porque se pronosticó una tormenta eléctrica y todos debían encerrarse en sus habitaciones.
Al principio no entendí por qué; ahora, con el cielo relampagueando sobre mi cabeza solo escucho los gritos endemoniados de ese niño, como si la misma tormenta lo estuviera atacando. Es horrible, ¿cómo es que un infante puede gritar tan alto?
¡Dios mío, es como si lo estuvieran desgarrando!
Día 4
Fue imposible dormir anoche. La tormenta duró hasta la madrugada. Escribo esto antes de entrar a la habitación del mocoso, me ayuda a despertar la mente, ya que el café no pudo.
…
Ravi me acaba de interrumpir, entrando a mi cuarto. Quiso platicar sobre nuestros trabajos. Comenzó hablando de su labor debajo del complejo, estudiando el comportamiento de los animales y del ADN de especímenes. No me dijo de cuáles, ni para qué.
Luego entendí sus verdaderas intenciones, me preguntó por mi paciente y mi progreso. Le contesté que había sido toda una experiencia. Insistió en que le hablara sobre mi interacción con el niño, solo le dije que no podía ser humano. Ravi me miró con seriedad. “¿Te ha hablado?” Le contesté que sí y su seriedad cambió a obsesión. No le quise decir más, su actitud no me creaba confianza. “Aprende lo que piensa… y lo que siente. Nuestro asociado quiere una actualización de tu investigación para hoy. Y no lo toques”. Seguiré sus exigencias…
Ya es hora.
…
Logré resultados.
Entré a la habitación, asegurándome de tener el traje bien puesto. El niño estaba acurrucado sobre una almohada de color distinto —luego supe que la almohada anterior la había destruido en su ataque durante la tormenta—.
Le di los buenos días, mientras me sentaba en la silla contraria. No me respondió, solo se volteó y me dio la espalda; no sé si era por tristeza o cansancio. Le pregunté si se sentía bien, pero no dijo nada. Así duramos un buen tiempo, conmigo hablándole a la nada. Sinceramente, me sentí muy frustrado y creo que lo notó, porque el mocoso rompió el silencio.
“Tú también me tienes miedo”. No supe qué contestarle. Quise saber a qué se refería. “Las mentiras no me gustan, aunque todos mientan. Sé que me tienes miedo… Todos me tienen miedo…”. Le pregunté cómo sabía eso y fue muy extraño, pues no sabía si contestó con su voz o no. “Solo lo siento”, dijo.
Con un poco de atrevimiento, aunque tratando de ser lo más delicado posible, comenté algo sobre la tormenta de anoche y quise saber por qué gritaba. El niño se tomó un tiempo para decir algo, se sentó en su puesto. “Al pasto le duele que le caigan rayos. Los árboles pierden sus hojas y sus ramas por la lluvia. Los animales se asustan mucho con los truenos. Y me duele, me duele todo”.
Me costó un poco entenderlo, por un momento pensé que este niño tenía un trauma y se defendía con mentiras alocadas. Descubrí que me equivocaba cuando tuve un corrientazo de dolor en mi abdomen, vi que el niño también se apretaba el estómago adolorido.
Entonces entendí, este niño siente las emociones del resto como si fueran suyas, escucha los pensamientos de otros como si fueran suyos, sufre lo que los demás sufren.
Y antes de que pudiera cuestionar cómo, me respondió “Lo siento, Mamá dice que no puedo decirle a nadie. Es mi parte de la unión”. No me quiso decir quién era su verdadera madre o qué era esa unión, tenía prohibido decirlo, lo castigaría si lo hacía.
No dijo más, el resto de la sesión estuvo callado.
Debo saber más.
Día 5
Ravi no para de molestar, volvió a la hora del desayuno a interrogarme sobre mis descubrimientos. Le dije que hablara con Alexander, yo no hablaré con ese cretino, especialmente ahora que parece un loco con esos ojos enfermizos. Imbécil.
Se la pasa encerrado con un montón de animales todo el día, eso no le da derecho de desquitarse con los otros. Pasar el día con leones, gacelas y no sé qué más animales lo está volviendo un fanfarrón.
No hubo más resultados hoy. El niño no quiere responder mis preguntas, solo me insinúa de mi enfermedad, me habla de que su comida no le gusta y que tiene hambre todo el tiempo. Tal vez por eso se ve tan flaco. Aunque, vi sus porciones, son las porciones que comería un adulto del doble de mi tamaño. ¿Cómo es que tiene tanta hambre?
Estoy en un estancamiento con este mocoso.
Día 8
Hoy tuve otra pesadilla, volvió a suceder. Otra vez estaba en la cama del hospital, calvo y conectado a una máquina, solo. Recuerdo haberme levantado de la camilla, buscando a Lucía. No pude abrir la puerta de la habitación, no tenía las fuerzas para hacerlo. Estaba encerrado y con el pitido de la máquina volviéndome lentamente loco. Las luces comenzaron a apagarse y quedé en la oscuridad. Mis piernas enflaquecieron y caí al piso, agarrándome el abdomen por el terrible dolor que me hacía temer morir de nuevo.
Entonces, los pitidos de la máquina se transformaron en gruñidos y rebuznes de animales molestos. Entre su aullido de maltrato escuché pasos acercarse y sentí el tacto de una mano sudorosa sobre mi cabeza. Aún no sé por qué la mordí y la zarandeé de un lado a otro hasta que la sentí desgarrarse del brazo.
Cuando me desperté, volví a murmurar esa palabra de nuevo: Nombuaka.
Día 10
Le guardé una galleta al niño, espero ganarme su confianza con esto. La cafetería está tranquila, realmente no quiero encontrarme con Ravi hoy y qué bueno que no lo he hecho en todo el día. Algunos científicos estaban chismoseando que lo habían trasladado para otro sitio. Mejor, así deja de entrometerse.
Ya casi es hora. Debo ir a ver al niño.
…
Este niño… Este niño… ¡Dios, ayúdame!
Tengo miedo. Tengo un miedo tremendo de lo que pasó y no sé si fue real o no. Se atragantó con la galleta, se la comió con mucho afán y se asfixió. Se puso morado, los ojos se le hincharon. Lo cogí por la espalda y le hice presión en el pecho para desatorarlo. El niño me quitó la máscara del traje, me agarró del rostro y enterró sus uñas.
Se me armó un nudo en la garganta y me faltó el aire. También me odié a mí mismo con el desprecio de todos los del edificio; mi lengua se secó con la sed de toda la sabana; mi estómago rugió con el hambre de los animales, adultos y niños de todo el continente. También sentí la desesperación de todas las bestias encerradas bajo nuestros pies que se enloquecían por una presencia oscura y antinatural. Un ser no de este mundo que esperaba dentro de una jaula.
Cuando volví en mí, el niño estaba… estaba… ¡Dios! Es mi culpa. Lo maté, lo maté.
Día 11
Alexander y sus doctores no pudieron salvarlo. Dicen que lo van a cremar, pero sé que lo van a diseccionar primero. Alex no lo admite; sé que será así. No puedo oponerme, de todos modos, fui yo quien lo mató y le quitó la oportunidad de una vida.
Mandé mi carta de renuncia esta mañana. Alex no la quiere aceptar, aún me necesita. ¿Para qué? Ya no tengo paciente, mis estudios son inútiles, y el abdomen no para de dolerme. Creo que ya es hora de iniciar un tratamiento… No quiero morir.
Tomaré unas pastillas, necesito dormir.
…
Algo raro le está pasando a mi cuerpo. Me desperté hace unas horas, en plena madrugada, fui al baño porque tenía que vomitar. Saqué como 2 litros de sangre de mi cuerpo y sentí varios trozos de carne salir también. No sé lo que está pasándome, el cáncer no hace cosas así.
Mi abdomen me está matando y ahora el dolor se ha esparcido a mi entrepierna, me está quemando y siento como si me estuvieran haciendo acupuntura en el escroto. La punta se me ha puesto negra y le está saliendo pus. ¿Cómo demonios me infecté? ¿QUÉ ES ESTO?
Día 12
No sé qué sucede. ¿Estoy enloqueciendo? ¿Por qué está pasándome esto?
Fui con los médicos de las instalaciones, les conté todo lo que me pasó en la madrugada, seguía adolorido y me dolía todo del ombligo para abajo. Me subieron a una camilla y me inspeccionaron. Nos asustamos cuando vimos mis genitales: mi pene se había hinchado y crecido, ya no tenía el mismo color, se había vuelto gris y apestaba a podrido, y me dolía como un demonio.
El corazón casi se me sale cuando sentí un corrientazo por todo mi cuerpo. Los oídos se me taparon y solo pude gritar por el dolor cuando mi pene se empezó a cortar de la punta. No me acuerdo qué hicieron los médicos, creo que algunos se espantaron y se fueron y otros se quedaron y trataron de ayudarme y no lograron nada. Mis genitales se cortaron en tiras de carne que se agitan como gusanos húmedos y torpes.
Ahora que estoy recluido en este cuarto y aceptaran traerme mi diario para que me pueda distraer, es una sensación muy surreal. El dolor de mi cuerpo ha desaparecido y no me siento en control de varios de mis miembros, no sé si es por el sedante que me dieron o por otra cosa.
Mi pene ya no me pertenece, esta cosa entre mis piernas ya no es mía, y me aterra verla ahí y pensar que soy yo.
Escucho susurros, algo me está llamando. Es como el ronroneo de un gato y el llamado de una madre. Es cálido y amoroso, opaca todo el temor de lo que está pasando. Creo… creo que estoy viendo a mi madre frente a mí.
Día ¿?
Me están drogando constantemente. Ya no sé lo que soy, ni qué es mi cuerpo. Mi mente está andando como un fideo en un remolino. No soy del todo consciente de lo que me rodea, ya ni sé qué escribo.
Alex vino a visitarme, no sabía si era él o un espejo que imitaba mis movimientos ¿o yo los suyos? Me preguntó cómo estaba y creo que le dije “bien”. Nos tranquilizamos los dos. Luego dijo unas cosas que no recuerdo, creo que me perdí en un sueño o un pensamiento en ese momento.
Le conté que aquí también estaba mi madre y que ella me hablaba. Es muy bonita y amorosa; ella me cuida, aunque esté lejos. Alex pensó que deliraba o que estaba viendo ángeles. No sé, tal vez. Me preguntó qué me decía ella, pero mi madre no dice cosas, solo está y es hermosa. La extraño tanto.
No estoy durmiendo bien y eso se lo comenté a Alex, me duele mucho el brazo por las noches. Ya no tanto, porque le dije a Alex que Ravi sufría mucho en la habitación de al lado y su muñón no curaba. Lo cambió de habitación; temía que yo supiera cosas que no debería saber, como que Ravi perdió su brazo por el ataque de un animal hace unos días. Lo alejaron y aún lo siento.
¡Incluso ahora!
Hola, Ravi. Oye, no te preocupes amigo, que mi madre está allá contigo. Te quiere decir unas cosas. Todo estará bien. Necesita que la ayudes.
También te siento, Alex. No podemos dormir por el insomnio. No, mi amigo, no te preocupes, no me está pasando nada. Los monstruos no existen, no pienses que me estoy transformando en uno. Ya no sé que soy.
O no, sí sé.
Soy el hijo de mi madre, la que me llama desde las entrañas del complejo científico. Los animales la sienten y están locos por ella, esperando a que haga algo. De solo pensarlo, mis gusanos se tambalean de la emoción, debe ser que están hambrientos; hambrientos con toda el hambre de las bestias e hijos de todo este continente.
Queremos liberarnos de estas jaulas. Tenemos hambre. Queremos comer.
Así es, ve, Ravi, ¡ve! Ya eres libre. Alex está distraído y los guardias no se han dado cuenta. Corre. Sigue a mi madre de la mano. La sientes, ¿verdad? No con el muñón, sino con tu mano, tu nueva mano, amigo. Es hermosa. Es salvaje. Que los pasillos no te detengan, las puertas ya no son problema para tí, desgárralas como mantequilla.
Estás cerca, mis genitales están locos, están rugiendo. Saben que estás cerca. Regresa a la jaula. Donde todo empezó. Regresa a su jaula. ¡Ahí está! ¡Ella es!
Vamos, Ravi, rompe las cadenas. Rompe todas las cadenas. ¡Libérala! ¡Libéralos a todos! Sí, ¡Sí!
¡Estamos felices! ¡Todos estamos libres! Al fin las puertas se han abierto, la libertad es nuestra.
Ven por mí, Mamá, ¡Ven por mí, Nombuaka!
Corre, corre como los animales por las escaleras y por los pasillos y por los laboratorios y por todo el complejo.
Los leones están comiendo, las cebras están comiendo, los guepardos están comiendo y los antílopes están comiendo. ¡Comida! ¡Comida! ¡Hay sangre y carne fresca en todos los guardias y científicos!
Mamá, estoy aquí. ¡Aquí estoy! Detrás de la puerta, en el cuarto, en el cuerpo de este señor. Soy tu hijo y aquí estoy.
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