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La causa de la cucaracha

  • Foto del escritor: J. C. Gitterle
    J. C. Gitterle
  • 5 ene 2022
  • 10 Min. de lectura

Escurriéndose entre las paredes de un edificio olvidado, una cucaracha salió escupida de las grietas en el cuarto más alto de un edificio. Sintiéndose desorientada y sin recordar por qué había llegado hasta ahí, se vio perdida dentro de un bosque de botellas de licor vacías. Gracias a sus antenas, captó una sensación que le hizo revolver el interior de su exoesqueleto: Había sentido un olor a comida. Hacía días que no comía más que los cadáveres de sus hermanas muertas y ya estaba cansada de las cenas familiares.

Con sus pequeñas patas atravesó el cuarto empolvado hasta llegar a una mesa llena de papeles con cálculos y ecuaciones muy difíciles para su diminuto cerebro. Encima, divisó una caja grande y metálica estacionada en el centro de la mesa. La escaló por un costado y tanteó con sus antenas la superficie para sentirla mejor. Tenía unos botones interesantes en el tope y una luz vibrante en el frente. La cucaracha habría curioseado por más tiempo, si detrás de este extraño objeto no hubiera captado lo que buscaba. Ahí, sobre un plato mugriento, ahí se encontraba... ¡Oh, el maloliente botín!

Sus antenas se equivocaron en esta ocasión, no era simple comida lo que habían percibido, ¡era la gloria misma! ¡Un regalo dirigido para ella del propio Dios basurero!: Un sándwich de jamón y queso a medio comer. Cuando se montó encima del plato para apreciarlo más de cerca, sus patas traseras comenzaron a temblar, pues el queso ya olía rancio.

A unos pocos segundos de que le clavara las mandíbulas al pan viejo, la sombra de un zapato se ciñó sobre ella. Si no fuera porque el hombre lanzando el zapato había fallado torpemente, dándole a la caja por accidente, por poco que la cucaracha se hubiera convertido en una plasta sobre el plato.

El hombre miró preocupado a la caja, expectante a la lucecita redonda y azul en el frente, que se movía en círculos haciendo cálculos bastante complicados. Después de analizar miles de infinitas posibilidades en cuestión de segundos, el círculo se iluminó con una luz verde y entonó un timbre alegre y juguetón.

El hombre exhaló aliviado. Regresó a su puesto junto a la ventana y siguió espiando desde el telescopio de su rifle francotirador.

A unos dos kilómetros de distancia del edificio se encontraba una mansión fabulosa en la falda de las cordilleras andinas. El francotirador, Marco, buscaba al dueño de la mansión con su arma, pero parecía que aún no había despertado. Solo lograba observar a la sirvienta que iba de un lado al otro, trabajando arduamente para dejar la mansión impecable y el desayuno listo; pero sin rastros del millonario al que dispararle en los genitales. En ese momento, a través de los grandes cristales de la casa, lo vio.

Jorge Rodríguez, el famoso futbolista colombiano, salió de su cuarto recién despertado, llevando solo unos calzones puestos. Caminó con lentitud, sin saber que era seguido por la mira de un rifle proveniente del futuro.

Con un dedo temblando sobre el gatillo, Marco cambió su enfoque y apuntó al bulto narizón del futbolista. Sopló todo el aire en sus pulmones. Esperó un segundo… y disparó.

El hilo de luz recorrió casi dos kilómetros en cuestión de milésimas de segundo, traspasando inaudiblemente el vidrio junto a Jorge y evadiendo sus pelotas por una gran margen. El disparo dio contra una fotografía de una anciana sonriendo frente a un pastel de cumpleaños, que luego se desprendió de la pared y se perdió para siempre detrás de un mueble.


» La única foto de la abuela Angélica se pierde en la dimensión cuántica detrás de los muebles pesados. Los descendientes de Jorge Rodríguez crecen sin la imagen de su abuela perdida. El amigo de la hija de Jorge, el gran pintor Víctor Claverau, no crea una pintura inspirada en la abuela Angélica. La influencia para cientos de artistas y millones de publicistas, conocida como "La tercera infancia", nunca es pintada. El galardonado comercial de Geriátricos Alpha no logra convencer a los senadores de la Tierra en el año 2125. La ley de entierro prematuro para adultos mayores es oficializada en mayo del mismo año. «


Volviendo a respirar, Marcó volteó a ver a la caja. La lucecita corrió en círculos hasta que, finalmente, se convirtió en el círculo verde y timbró con alegría. Marco suspiró aliviado, no había arruinado su plan. Con el ojo pegado a la mira, buscó de nuevo a su objetivo. Debía darle exactamente al testículo izquierdo y su misión sería un éxito.

Pareció que nadie en el lujoso hogar del futbolista se había percatado del disparo. Jorge recibió un vaso de jugo de la sirvienta que le sonreía como si le pagaran para hacerlo; luego, abrió la puerta de cristal que daba a la piscina y salió a respirar el aire fresco de la mañana. Los pájaros cantaban, el cielo era azul y las nubes que paseaban en el firmamento eran blancas como algodón. Jorge se sentó en una silla reclinable y levantó una rodilla para darse el gusto de que el aire fresco entrara por sus calzoncillos. Después de todo, era una mañana preciosa.

Mientras el futbolista exhibía su mercancía, Marco tomó la oportunidad y apuntó a la cabeza del futbolista, viendo que podía matarlo, pero recordó lo que sucedería si lo hacía.


» ... «


Sí, en efecto, debía evitar ese final a toda costa, así que apuntó a las bolas, esperando lo mejor.

El rayo de luz condensada voló en la dirección del futbolista, pero falló, pegando contra un ojo de la sirvienta que se acercaba a entregar el desayuno.

Jorge la ayudó a levantarse del suelo y buscó un teléfono para llamar a emergencias después del repentino accidente.

Marco se arrancaba mechones de pelo y se mordía los puños, esperando a que el maletín terminara de calcular.


» Rosa Sánchez no es la mamá del hijo bastardo de Jorge Rodríguez, ni tiene una complicada y escandalosa vida que recordar. Es enviada directamente al hospital, donde pierde por completo la visión de su ojo izquierdo, y conoce a un candente enfermero. Santiago Rubio, el enfermero, cuida de ella por el resto de sus vidas y conviven en un largo y próspero matrimonio, lleno de amor e hijos. Los nietos futuros de Rosa Sánchez emigran por fuera de Colombia y trabajan por muchas generaciones. Rosa Andrada, nombrada en honor a su tátara tátara tátara tátara abuela, se convierte en la primera mujer presidenta de México, teniendo un décimo menos de corrupción que sus contrincantes. «


El timbre alegre y el círculo verde llegaron como un pequeño consuelo, pero Marco estaba al borde del fracaso. Por haberse gastado toda la carga del arma en practicar sus tiros, le habían quedado solo tres disparos, de los cuales solo le quedaba uno. Si lo fallaba, arruinaría sus chances de cambiar su futuro para siempre. Sentado en silencio, pensando en todas las posibilidades restantes, decidió tomar una medida drástica y desesperada: se disfrazaría de hincha y le rompería él mismo las pelotas.

Marco se vistió en lo que bajaba como loco del edificio. Su atuendo era indistinguible de un fanático del fútbol colombiano del año 2015. Salió a la calle armado con solo su fiel caja y unos zapatos con taches. Se apresuró lo más que pudo en recorrer los dos kilómetros que lo separaban de la mansión, pero el cansancio lo invadió como una enfermedad y a unos cuantos metros ya ni corría de manera recta. A Marco se le olvidó que no tenía buen físico.

No lo lograría. Nunca llegaría a la mansión y su plan sería un fracaso sin remedio, justo como él. Lo único que acompañaba a su pesimismo era la lucecita corriendo en círculos sobre la caja. Ojalá el timbre alegre llegara a sus oídos como el sonido de la ambulancia que pasaba justo a su lado.

¡La ambulancia! Seguramente iba a la mansión. Marco tomó un impulso que casi le revienta las piernas y se aferró a la parte trasera del auto, manteniendo la caja y su persona lo más alejados del piso. Así recorrió el trayecto entero, como una cucaracha escondida detrás de la ambulancia. Solo saltó cuando traspasó las puertas y logró escabullirse dentro de los arbustos del jardín.

Esperó en secreto a que la ambulancia se llevara a la sirvienta y dejara a Jorge Rodríguez completamente solo. Sin hacer mucho ruido, Marco entró al hogar y buscó a su propietario, pero caminó por los pasillos sin encontrar a nadie en las habitaciones.

Entonces, tronó el desagüe de un inodoro tras una puerta cerrada.

Marco se congeló en su puesto.

Jorge salió del baño con una toalla en el cuello y la cabeza mojada. Necesitó un remoje de cabeza para olvidar el incidente tan extraño con su sirvienta. Cuando se percató del intruso parado frente a él, preparó un insulto crudo, pero el otro individuo tiró una caja metálica directo a su entrepierna. El insulto salió más como un grito agudo de ópera, en vez de una amenaza. Cayó al piso, revolcándose de dolor, en una posición memorizada para los árbitros de sus partidos, pero en ese caso no se agarró la rodilla, sino los testículos que le dolían de verdad.

Marco no podía creerlo. La caja timbró con un tono alegre que Marco interpretó como una orden de no parar. Elevó con determinación su pie sobre el suelo para luego pisotear los testículos del futbolista como si fueran caracoles a mitad de la acera. Le pateó las pelotas como si tratara de ajustarse el zapato. Le reventó los huevos como si los quisiera revueltos. Le taconeó las nueces como si bailara en un ballet ruso. Con cada puntapié contra las joyas del futbolista, el timbre alegre sonó una y otra vez. Al fin Marco había completado su misión.


» María Rodríguez, hija del famoso futbolista Jorge Rodríguez, es una talentosa cantante y la estrella más importante del país con su música sexy, femenina y muy comercial. Por recomendación del artista Víctor Claverau, María protagoniza en un gran escándalo por estelarizar en una escena sexual de película basada en la novela erótica con viajes en el tiempo más controversial de la época: Correrse al pasado. La Tierra se calienta, los polos se derriten y la vida que no es ahogada, se muere por el extremo calor. Correrse al pasado es la única producción audiovisual que sobrevive al fin de los tiempos y que mantiene a la humanidad esperanzada. Samuel Smith, fan de María Rodríguez, queda inconsciente en un maratón de 48 horas de Correrse al pasado y en un sueño descifra el teorema para viajar en el tiempo. Los agentes del tiempo son fundados para hacer respetar las regulaciones del viaje en el tiempo. Marco Núñez, el pobre idiota que viaja al futuro, crece con el sueño de volverse un agente excepcional.

» Lorenzo Rodríguez, hijo del famoso futbolista Jorge Rodríguez y hermano mayor de María Rodríguez, no nace por la cirugía que extirpa el testículo izquierdo del futbolista. Los descendientes de Lorenzo fallan en sobrevivir el periodo duro de la humanidad y no perduran cientos de años después, porque no existen. Ernest Wong, nieto lejano de Jorge Rodríguez, no llega a suboficial de los agentes del tiempo y no escarmienta al recluta Marco Núñez por tener una pésima puntería, ya que Ernest Wong no existe. El ascenso de Marco Núñez a agente es aceptado por un oficial holgazán. La discusión entre Marco y su esposa, Clara Antonello, no decae en su divorcio y su vida no entra en declive. «


Mientras Jorge Rodríguez rodaba en dolor y lágrimas, Marco escapó de la mansión, tarareando el timbre alegre junto con la caja.

Después de un tiempo, regresó al edificio a recuperar sus cosas para no dejar rastros de su estadía en esa época. Apenas regresó a la habitación del último piso en el edificio abandonado, encontró un monto de cucarachas invadiendo su mesa y atragantándose con los últimos pedazos del sándwich mal atendido.

La cucaracha más gorda yacía espernancada sobre un plato sucio e infestado de sus hermanas. Ellas no duraron mucho en oler el mismo aroma que ella había captado antes, pero eso no evitó que comiera más que las otras y ahora estuviera extasiada de tanta llenura. Ojalá pudiera agradecer al amable sujeto que le había dejado tan extraordinario sándwich de jamón y queso (un banquete sin comparación, ¡fuera de este mundo!), pero había olvidado a hablar con los humanos. Eso le hizo pensar algo a la cucaracha. Ya teniendo sus necesidades saciadas, recordó que había subido hasta allá arriba por otra necesidad, algo que tenía relación con su pequeño cerebro, pero no pudo saber qué era. Estaba tan llena que ni siquiera podía pensar bien, tal vez por eso no se percató de que el individuo se había reajustado el rifle y le apuntaba a su regordete exoesqueleto.

Marco quiso comprobarse que sería un futuro mejor y se probó a sí mismo. Soltó aire y apretó el gatillo. El rayo de luz voló en cuestión de nada y atravesó a la cucaracha regordeta limpiamente. Impresionado de por fin haberle atinado a algo, Marco levantó sus brazos emocionado y feliz, solo para escuchar la nefasta melodía y perder todo rastro de color en su rostro.

Observando a las demás cucarachas devorar los restos de su hermana muerta, Marco se agarró el rostro horrorizado cuando el maletín cambió su luz a un color rojo y entonó un timbre melancólico.

Oh, no. No podía sucederle esto en este momento. ¡Todo era tan perfecto! ¿Cómo era posible que una estúpida cucaracha causara tanto caos?

Marco abrió la caja y observó el intricado mecanismo calcular las inmensas probabilidades de las distintas líneas temporales posibles. Meditó las opciones que tenía, mientras un sudor frío le bajaba por la frente. ¿Qué hacer, qué hacer...? Finalmente, ¡ping!, la máquina timbró y Marco tuvo una idea. Se convenció de que si no había comida descuidada sobre la mesa no habría cucarachas, por lo que usaría la máquina de nuevo para evitar que preparara ese sándwich en primer lugar.

Comenzó a teclear números en la máquina dentro del maletín, organizando las fechas y esperando a que apareciera de nuevo el tonito alegre y jovial que le indicaba la plausibilidad de su plan. Tecleó con fuerza sobre la mesa infestada de cucarachas hasta que la ecuación terminó y el maletín timbró alegremente. Marco cerró la caja y estaba listo para iniciar su viaje. Entonces, el interior se le estremeció cuando vio a una cucaracha arrastrarse sobre la lucecita verde de la caja con sus inmundas patas. En un reflejo de odio y asco, Marco aplastó a la cucaracha, haciendo que la caja se activara y el viaje en el tiempo saltara con él.

Su cuerpo y esencia desaparecieron en un instante. El viaje acabó tan rápido como se inició y Marco regresó a algún momento en alguna parte del tiempo.

Cayó de cuatro patas sobre la calle enfrente del edificio abandonado y vomitó cada fibra de su estómago en un diminuto charco esparcido sobre el suelo. La cabeza le dio vueltas y sus órganos se removieron dentro de su pequeño exoesqueleto. Viendo el edificio enfrente de él, Marco no dudó en entrar por debajo de la puerta, extrañado de que todo fuera más grande que antes. Estaba bastante mareado por el mundo a su alrededor y no pudo recordar qué era lo que debía hacer, hasta que sus sentidos captaron el aroma de algo apetitoso viniendo de los pisos más altos. No sabía cuánto le tomaría llegar a él, pero ese olor a comida era grandioso y no podía esperar para clavarle sus mandíbulas.

Mientras tanto, la caja, vuelta pedazos a un costado del edificio abandonado, reafirmó las últimas cifras de cálculo en un estallido de humo y chispas. Al parecer, entró en corto circuito por determinar el resultado de un error lógico.

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